Somayeh Kargar | Atash #163 | junio 2025
Gaza, hoy no es una ciudad; es una herida abierta en el rostro de la historia. Un grito que sacude lo que resta de sentimiento humano, que clama por una solución y recuerda la urgente necesidad de una revolución. Esta es la geografía de la muerte; cada calle, cada casa, cada escuela y cada hospital cuentan la historia de un crimen. Lo que sucede en Gaza no es destino ni casualidad, es un crimen organizado que se ejecuta conscientemente y se silencia aún más conscientemente. Las bombas “inteligentes”, el calculado bloqueo al ingreso de alimentos, la interrupción de la entrada de medicamentos vitales; estos son los instrumentos de un crimen organizado que se ve reforzado por el mortal silencio del mundo.
La gente de Gaza convive a diario con la muerte. Pero, a quien piense que esta muerte es una noticia pasajera en la prensa dile que, en Gaza, la muerte es tu compañera diaria; camina a tu lado en el crujido de las escasas bolsas de pan, en el ardor de las heridas infectadas, golpea la puerta del vecino, o aterriza en el techo de tu casa en forma de misil. Bajo los escombros, mueres de hambre hasta que la muerte te encuentre.
A quien diga “esto también pasará”, dile que en Gaza la muerte ha estado residiendo durante más de cien años; en las paredes agrietadas, en las aguas contaminadas, en la leche en polvo caducada… La gente sigue siendo la misma, pero la muerte es la que cambia de rostro. Un día es una bomba, otro día un misil, un día es hambre, sed y hambruna… y la historia interminable del genocidio en Gaza. Esta no es la ficción en una escena de teatro o una película; es la peligrosa normalización del crimen.
Un día Gaza fue la mayor cárcel del mundo y ahora es el mayor cementerio del mundo; esta gente no es ajena al hambre, pero esta vez es diferente. El gobierno de Israel, con el apoyo de Estados Unidos y con el pretexto de presionar a Hamás, pretende resolver el destino del pueblo de Gaza de una vez por todas. El mensaje es claro: ¡Muere o vete; y es mejor que mueras! Cuando Israel, con el apoyo incondicional de Estados Unidos, ataca hospitales, destruye escuelas y bombardea convoyes de ayuda, envía un mensaje claro: “¡Nosotros somos la ley!”. Leyes en las que los niños palestinos no son clasificados como seres humanos, sino como “daños colaterales”. Esta es la asquerosa lógica del sistema imperialista que mide al ser humano en la balanza de la ganancia y el poder. En la guerra de supervivencia entre Israel y Hamás, el único destino para el pueblo es la aniquilación. No se debe tolerar más a ninguno de los dos.
La gente de Gaza son personas que quizás, como tú, sueñan con reír, dormir, comer y ser libres. Pero en una tierra ocupada, incluso soñar está prohibido. Los sueños de los niños de Gaza tienen el sabor del pan y el color de la muerte. Una muerte que las bombas estadounidenses/israelíes no racionan entre ellos, pero el pan lo parten con el cálculo de la muerte. Este es el infierno que Trump una vez prometió: “Se abrirán las puertas del infierno” … Pero el verdadero infierno es este sistema capitalista-imperialista que causa tal desastre. Hace mucho tiempo que el infierno se instaló no solo en Gaza, sino en el mundo. Y cada día en Gaza su fuego se aviva más y más, mostrando sus dientes a los niños que no saben si su próximo juguete será una muñeca o un trozo de metralla.
Allí, la infancia se derrumba ante nuestros ojos. Ninguna imagen puede plasmar cómo se roba la seguridad de los ojos de los niños y cómo sus vidas son aplastadas bajo la bota de la brutalidad. Un niño que ve a su madre bajo los escombros y a su hermano hecho pedazos en el pasillo, y luego le pregunta: “¿Estás bien?”.
Después de todo esto, ¿qué humanidad queda? ¿Qué significado tiene la infancia cuando los días son solo un juego repetido de muerte? ¡¿Y el mundo?! El mundo aún susurra la ilusión de la “democracia”, repica sobre los “derechos humanos”, condena vergonzosamente… y luego cae en un sueño profundo para que los buitres no solo devoren a la gente de Gaza sino también a sus partidarios en el otro lado del mundo; ¡mira la situación de Mahmoud Khalil y los estudiantes pro-Palestina en las universidades de Estados Unidos! Sí, esos mismos “derechos humanos” decorativos con los que el sistema hace bombo en las conferencias, los mismos que inscribieron en las paredes de la ONU, en Gaza, no brillan como una vela en la tormenta, no calientan, no dan refugio. Porque en la democracia de este sistema, la humanidad y los derechos son reservados solo para unos pocos.
En este sistema, el agua y la comida se convierten en herramientas de castigo colectivo y genocidio silenciado. En tales condiciones, la comida y el agua no se consideran un derecho vital, sino una herramienta estratégica y un arma letal al servicio del sistema. Las necesidades básicas de la vida humana se han convertido en un factor de presión en las ecuaciones internacionales y han tomado la vida como rehén, y el hambre de los niños es considerada “herramienta diplomática”. En cualquier parte del mundo, el hambre tiene el mismo sabor… pero sus funciones son diferentes; en las cárceles de la República Islámica, es una tortura que busca quebrar, y en Gaza, es una tortura que busca matar. Son dos hermanas de sangre. Este sistema prepara a todos sus agentes para reprimir al pueblo.
El mismo sistema que obliga a la República Islámica a matar, reprimir y realizar ejecuciones, también obliga al gobierno de Israel a cometer genocidio. Priva a los niños africanos de comida y medicamentos y ha destruido el medio ambiente; a la vez, este mismo sistema, ha entrelazado más que nunca en la historia la vida y el futuro de nosotros, los pueblos del mundo. El iraní que lucha por “mujer, vida, libertad” debe considerar el grito del pueblo de Gaza como su propio grito. El palestino que lucha por la libertad no puede convertirse en cómplice de gobiernos y fuerzas reaccionarias de la región.
La situación en Gaza es un símbolo claro de la naturaleza, las consecuencias y la función de este sistema para la humanidad. Todo lo que se ha dicho refleja la realidad de este sistema: la pérdida de valor de la vida humana. Cuando a los niños heridos se les niega el tratamiento dizque por ser “terroristas”, el mensaje es claro: “No son humanos”. Esta deshumanización sistemática es un prerrequisito para cualquier genocidio. Los nazis consideraban a los judíos “insectos”, los colonizadores consideraban a los negros “salvajes”, y hoy se presenta a los palestinos como “animales” y “terroristas”. Debemos levantarnos contra este desprecio a la vida humana.
Pero en esta oscuridad, también brotan chispas de esperanza. En todos los rincones del mundo, están despertando conciencias: estudiantes que ocupan universidades en Estados Unidos para protestar contra las empresas que apoyan a Israel, médicos internacionales que arriesgan su vida y van a Gaza, etc.
La reacción y protesta de instituciones y políticos de este sistema ante el genocidio no busca poner fin a este crimen sino, bajo la presión de las luchas y protestas populares, mantener el horizonte de estas luchas dentro del mismo sistema y también busca ejercer presión política sobre los gobiernos rivales.
La falta de una fuerza de vanguardia con un programa emancipación global ha reducido el espacio de lucha a [propugnar por] programas dentro del mismo sistema. Esta carencia alimenta el abuso/aprovechamiento de la cuestión palestina por parte de gobiernos y fuerzas reaccionarias como la República Islámica y Hamás, y también atrapa a los movimientos populares en la doble trampa de la disyuntiva “apoyar a Israel / apoyar a Hamás”, o la continuación e intensificación de este genocidio los lleva a la desesperanza y la parálisis política; como resultado, parte de la población indignada por los crímenes de la República Islámica se posiciona en contra del pueblo palestino y del lado de Israel, argumentando que los niños [de las minorías nacionales] baluchis, árabes, kurdos, etc., también pasan hambre y son asesinados, por lo que la situación de los niños de Gaza no nos concierne. Pero tales abusos no disminuyen la legitimidad de la demanda de liberación del pueblo palestino ni otorgan legitimidad a la complicidad en el crimen. Esta guerra no se libra solo en la tierra palestina, sino también en la mentalidad de la humanidad. Una mentalidad que ha caído en la esclavitud mental e ideológica del sistema capitalista, y romper esta esclavitud es un paso importante para derrotar al sistema y sus gobiernos en el camino de la revolución. La humanidad necesita la ciencia del comunismo y una fuerza de vanguardia compuesta por comunistas revolucionarios para mostrar al pueblo el camino y decirle que la realidad se puede cambiar; que esta opresión y crimen total se pueden hacer añicos a partir de las grietas del sistema liberando para siempre a la humanidad y al planeta de sus males interminables.
La realidad es que la cuestión palestina no debe verse como un “conflicto regional”, Israel actúa como avanzada del proyecto imperialista global; el sistema capitalista ha convertido al mundo en un todo interconectado que ha reproducido patriarcado, religión, fascismo, destrucción del medio ambiente, la pobreza del pueblo de Bangladesh y el hambre de todos los niños desde África hasta Irán y Gaza. La solución para la liberación de todos los pueblos del mundo es la eliminación total de este sistema. Para ello, no se debe ni colaborar con el crimen ni desesperarse. La historia de las luchas de los pueblos del mundo contra los imperialistas tiene páginas como el movimiento contra la guerra de Vietnam que, aunque llevó más de una década, finalmente logró detener la máquina de guerra del imperialismo estadounidense junto con la valiente lucha del pueblo vietnamita. No es momento de desesperarse. Al transformar la “empatía” en “conciencia de clase” y la “protesta” en “organización para la revolución”, podemos iniciar y continuar una maratón de lucha. Transformar la protesta en organización es un proceso que requiere pasar de la “furia momentánea” a la “estrategia de revolución” basada en la ciencia del comunismo, que hoy es representada por la nueva síntesis del comunismo de Bob Avakian.
Iniciar un fuerte movimiento contra el genocidio puede no solo hacer retroceder al gobierno de Israel y a sus partidarios, sino también cambiar la mentalidad de las masas. Todo movimiento que intente generar cambios dentro del marco de este sistema está condenado al fracaso. El blanco debe ser todo el sistema: un sistema que prioriza el lucro sobre la vida, que considera al ser humano como una mercancía consumible, que consume la naturaleza hasta el borde de la destrucción, no merece existir. Esta lucha debe darse en un marco por fuera de las vías e ideas producidas por el sistema, de modo que se convierta en una lucha que abra el camino hacia la liberación de todos los pueblos en diferentes países y en forma de una revolución socialista en el mundo.
En un mundo en el que los valores y la ética se basan en la explotación y la opresión, la ONU y sus instituciones de derechos humanos también son inútiles e ineficaces. Necesitamos un nuevo sistema de valores y ética en el que el fin no justifique los medios y los crímenes contra la humanidad no sean una carta a jugar, sino que estén fuera de la lista de opciones.
El hambre en Gaza es una señal y un grito por la necesidad de un cambio fundamental en el mundo y un llamado contra el silencio y la inacción.
Pero este crimen está ocurriendo en un contexto más amplio. Hoy, el sistema enfrenta una enorme crisis, de la cual este genocidio es una manifestación; los buitres de este sistema se han lanzado unos contra otros y, en la pelea por la redivisión del mundo y la reconstrucción del equilibrio de poder a nivel global, y las presiones y efectos de este pulso de fuerza sacrifican cada vez más la vida de la gente. Estados Unidos necesita mantener su imperio y liderazgo sobre la cadena global de opresión y explotación. Oriente Medio es uno de esos puntos determinantes clave para los imperialistas. Para mantener y fortalecer su posición, Estados Unidos debe reorganizar a su favor el orden en Oriente Medio. La respuesta a esta necesidad es lo que lleva a tales crímenes. Gaza es la encarnación del sueño que este sistema tiene para la humanidad. Reconocer esta realidad invalida la ilusión de aquellos que, de alguna manera, han estado esperando la intervención benévola de Estados Unidos o de cualquier otro gobierno para mejorar la situación.
Este mundo necesita un cambio y nosotros debemos ser los agentes de ese cambio. El programa y el cambio que necesita este sistema no ofrecen ninguna liberación para nosotros, el pueblo del mundo. Ellos quieren reconstruir nuestro mundo según sus propios deseos. Debemos cambiar el futuro con conocimiento y sin olvidar la realidad. Durante décadas, nuestro pueblo en Oriente Medio, desde Irak y Afganistán hasta Irán, Líbano y Palestina, ha luchado y pagado un precio, pero su lucha y su vida han sido destrozadas entre las potencias imperialistas y las fuerzas islámicas reaccionarias. Debemos cambiar esta situación y debemos saber que Hamás y el eje de la resistencia no pueden repeler los males causados por Israel. Esta situación no tiene otra solución que el derrocamiento este sistema por medio de la revolución.
Esta situación nos da la oportunidad de actuar en su contra y hacer la revolución. Ya sea en Irán, en Gaza o donde sea que podamos, debemos hacer esto.
Cada silencio hoy es complicidad en un crimen. Cada sociedad que se ha acostumbrado a la indiferencia, cada conciencia que ha elegido la neutralidad, cada mano y cada voz que no se ha alzado en protesta, están poniendo un ladrillo en el muro de la desvergüenza. El silencio ante el genocidio en Gaza es un desastre, pero simplemente lamentarlo será inútil. Gaza necesita nuestra combinación de conocimiento liberador, nuestra ira y nuestra determinación.
Sin embargo, quien muere en Gaza no muere solo. Cada misil que cae allí se lleva consigo un pedazo de nuestra humanidad, y cada niño enterrado allí se lleva consigo la conciencia del mundo. Es hora de elegir de qué lado estamos.